Un hecho que nos retrotrae a los primeros años cincuenta del siglo pasado, cuando el club también realizaba sus viajes en un vehículo especialmente dedicado para este fin: la “rubia”, como era conocido un Chevrolet de veintiún caballos y seis cilindros, del año 36 o 37 y de diecinueve plazas, que acompañó al equipo y en el que sus ocupantes vivieron alguna que otra hilarante experiencia. Entonces, según relatan los testigos, se compraba un chasis al que se le ensamblaba un motor, posteriormente se cubría con chapa (hecha a mano) el frontal y el techo y se remataba con madera y unos cristales corredizos, barnizando todo al final. En verano, comentan, había que mojar las junturas puesto que se abría la madera y como las carreteras eran de tierra entraba mucho polvo por los resquicios.
Afortunadamente, en la actualidad los vehículos para el transporte de personas están más estandarizados y prima la seguridad por encima del anecdotario.